jueves, 10 de diciembre de 2015

Los Vikingos en la novela "El Mozárabe"

El Mozárabe es una de las novelas imprescindibles de Jesús Sánchez Adalid.
Cuando en  939 el emir de Córdoba Abd-al Rahman III se erige en Califa, la España musulmana comienza una etapa de esplendor inigualable. En ella coinciden Asbag y Abuamir, dos seres unidos por el destino. Asbag, erudito mozárabe y viajero incansable, pronto se convertirá  en el consejero de algunos de los personajes más emblemáticos del momento. Paralelamente, el musulmán Abuámir, llegado a la capital para estudiar leyes, se perfila como el segundo hombre más importante del califato: el legendario y temido Almanzor.
Desde sus distintas posiciones, Asbag y Abuámir viajarán hasta el corazón mismo de una Europa que, inquieta, aguarda la llegada de un nuevo milenio.
Ediciones B.


Página 277, capítulo 41

"...Ya era mediodía y los peregrinos avanzaban por las faldas de las montañas próximas al templo de Santiago,, pero aún no se divisaba ningún sino del santuario. Arriba, los pinos eran bastantes más grandes y jamás habían sido tocados por el hombre; había troncos de árboles muertos tirados por allí, ya los lados del sendero los pies se hundían en el negro humus acumulado durante miles de años.Por aquí y por allá crecían pequeñas parcelas de follaje, quejigos, madroños y retama. Los cantos de los peregrinos se elevaban a ratos, disminuían y volvían a elevarse, enardeciendo a las demás voces. En los rostros, junto al cansancio de tantos días, se apreciaban las sonrisas y la emoción por la cercanía de la meta.
.....
-¡Ah, al fin!-exclamó Sisnando-. Desde aquella montaña, hacia la que nos dirigimos, se divisa ya el santuario.
La fatiga del ascenso ahogó durante un rato los cantos. Se hizo entonces un espeso silencio, roto sólo por el ruido de las pisadas y por los jadeos que arrancaba el esfuerzo a quienes iban a pie.
....más adelante, vieron a unos niños semiocultos en la espesura. Uno de los jinetes se adelantó a preguntar, pero cuando vieron que se dirigía hacia ellos los pequeños echaron a correr.
Sisnando hizo un gesto de impaciencia que agitó su manto.
-¿algo está pasando!¿Apresurémonos hasta lo alto del monte!
.....Sinando espoleó su caballo y se adelantó con la intención de llegar cuanto antes a la cima para observar desde allí. Se oyó entonces un fuerte griterío, como de hombres furiosos y enloquecidos. Del bosque salieron cientos de guerreros,y los zarzales se agitaron cuando los hombres que en ellos estaban ocultos aparecieron lanzando nubes de dardos y piedras.
-¡Dios!-exclamó ssisnando-.¡Los Vikingos!¿Sacad las armas!
El caballo de Asbag, que no era uun animal de guerra, se encabritó sorprendido por el estruendo y Asbag rodó por el suelo, entre ell polvo y los cascos de las otras bestias. Como pudo, se arrastró tapándose la cabeza con las manos. Por encima del escándalo se elevaban algunas voces que parecían venir de los oficiales, que proferían recriminaciones e inútiles órdenes intentando organizar la defensa. Se oían también los gritos aterrorizados de las mujeres y los relinchos de las mulas, entrel fragor de las armas que chocaban y los golpes secos de  las piedras que caían.
La multitud se arremolinaba y movía hacia uno y otro lado; los peregrinos se amparaban los unos en los otros, presas del pánico y la confusión. Los soldados de la escolta intentaban inútilmente penetrar en la espesura para hacer frente a los asaltantes, y la angostura del terreno impedía una visión completa de lo que estaba sucediendo.
Asbag se sentó a horcajadas, y se dió cuenta de que una de  sus piernas estaba aprisionada bajo el cuerpo de sus caballo, que había caído y era incapaz de levantarse. Miró a su alrededor. Sisnado estaba todavía sobre su montura, enarbolando la espada tratando de organizar a sus hombres, que se agitaban dudosos y que no podía hacer otra cosa que cubrirse con sus escudos.
....
Asbag estabacasi paralizado en medio del combate, aturdido por el relincho excitado de los caballos, el resonar metálico de las armas, los gritos de los soldados que respondían a la llamada de los jefes y de los alaridos de dolor de los que sufrían heridas. Pero logró guarecerse entre unas rocas cercanas.
Sisnando, en cambio, se abrió paso entre los hombres y se lanzó a combatir con ferocidad. Había perdido su caballo, pero resaltaba por su estatura en medio de la refriega. A muchos de los caballeros les había sucedido lo mismo. Ua cosa era luchar en campo abierto contra otra fuerza similar, en la que cada jinete tenía las mismas posibilidades de caer que el adversario; pero otra muy distinta era enfrentarse a una masa desorganizada y convulsiva que surgía en oleadas de la espesura del bosque.
...
Asbag se acordó entonces de sus peregrinos e intentó ver por encima de la refriegas si habían conseguido escapar hacia lo alto del monte. Pero lo que vió terminó de desalentarle. Los guerreros normandos descendían como una avalancha desde la cima y hacían presa en los pobres desventurados que escapaban hacia el bosque o buscaban algún lugar donde ponerse a salvo.
.....

Capítulo 47
Mar del Norte. Costa occidental de Jutlandia.

Asbag se dio cuenta de que era incapaz de pensar. Nunca antes le había sucedido algo semejante. Tendido de costado en la cubierta del barco,sentía un espeso y frío adormecimiento de las piernas, y su cadera parecía haberse fundido con las duras tablas. Junto a él, otros cautivos se arracimaban atados unos a otros, para evitar que, llevados por el terror y el descontento, se arrojaran por la borda a las frías aguas, como ya habían hecho algunos a lo largo de aquel viaje. A su lado, una mujer joven llevaba días emitiendo un pausado y lastimoso quejido, que ya no era un llanto, sino un mecánico gemido semejante al maullido de un gato.
Se pasó la lengua por los labios y notó la sequedad en ellos, las grietas en la piel, algunas llagas y el desagradable sabor de la sal .Recordó entonces el odre de agua que uno de aquellos vikingos pasaba entre ellos dos veces al día, no más, con el fin de dejarles chupar el suficiente líquido para que no se muriesen de sed. Hacía ya tiempo que no reparaba en la pestilente mezcla de orines y heces sobre la que solían descansar, mientras no viniesen a arrojar sobre ellos algunas cubetas de agua helada de mar, para que los excrementos resbalasen hacia los aliviaderos de los extremos.
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Los prisioneros se encontraban en el centro de la nave, junto a los fardos del botín y al resto de la carga, mientras que cuatro hileras de remeros se extendían a un extremo y a otro, dos a cada lado..
....Asbag había perdido la cuenta de los días de viaje y de los puertos donde habían recalado para que los vikingos intercambiaran los frutos de su rapiña. Eran lugares escondidos entreoscuros  y escarpados acantilados, desde cuyas calas les habían hecho señales con antorchas grupos de despiadados mercaderes, cuyas fortunas probablemente dependían de la implacabilidad de los daneses.
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Asbag fue considerado alguien valioso y pasó a engrosar el lote que le correspondía al jefe de la embarcación, junto con dos hermosas muchachas, un par de caballos árabes y varias sacas de moneas y alhajas.
...
Cruzaron la ciudad y llegaron al otro lado, a un caserón que se encontraba al borde mismo de la ría, donde salieron a recibirlos algunas mujeres, más criados y una manada de perros que se abalanzaron sobre Torak para lamerlo de la cabeza a los pies.

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